Vinieron de Italia, tenían veinte años,
con un bagayito por toda fortuna
y, sin aliviadas, entre desengaños,
llegaron a viejos sin ventaja alguna.
Mas nunca a sus labios los abrió el reproche:
siempre consecuentes, siempre laburando,
pasaron los días, pasaban las noches,
el viejo en la fragua, la vieja lavando.
Vinieron los hijos. ¡Todos malandrinos!
Llegaron las hijas. ¡Todas engrupidas!
Ellos son borrachos, chorros, asesinos,
y ellas, las mujeres, están en la vida.
Y los pobres viejos, siempre trabajando,
nunca para el yugo se encontraron flojos;
pero a veces, sola, cuando está lavando,
a la vieja el llanto le quema los ojos.
Carlos de la Púa (1898-1950)
2 comentarios:
Quema el recuerdo,muy bello.
saludos.
Bello poema, triste realidad.
Vanesa Aldunate
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