jueves, 29 de abril de 2010

Feliz día!!!


El Día del Animal se festeja cada 29 de abril en memoria de Ignacio Albarracín, que presidió la Sociedad Protectora de Animales, fundada en 1879.

En las fotos: Sarita y Negro, pero faltan: Mateo, Edipo, Reina, Mimina, Bruno, Lola, y otros más...

lunes, 26 de abril de 2010

Chavela Vargas


La perra de Chavela Vargas se llama Dolores."Uno no tiene un perro, los perros lo tienen a uno; ellos marcan las horas, lo que hay que hacer. Yo, que nunca quise tener ni hijos ni ahijados, tengo perro –se queja–... Chavela Vargas, que nunca se doblegó ante nada, al final se doblega ante un perro."

Chavela Vargas nació con el nombre Isabel Vargas Lizano en Costa Rica y en 1919. Llegó a México a los diecisiete años; escapaba de dos pestes: su familia y la miseria. Su nuevo país la acogió como propia y le dio todo para quitárselo luego y volvérselo a dar. Si México ayudó y dio formación a la cantante, fue la Vargas misma la que a su vez le dio forma a un México mítico. Chavela fue protagonista de lo mejor de una época y de un país hecho canción. Amiga de José Alfredo Jiménez, Frida Kahlo, León Trotsky, Diego Rivera, hoy los sobrevive como ha sobrevivido a un tiempo que de tan lejano, tan mítico, parece irreal. La voz desgarrada, tierna y pura, las canciones perfectas, todos los escenarios que ha pisado: la gloria absoluta se perdió en noches de borracheras.

"Si fui borracha es porque me dio la gana".

domingo, 25 de abril de 2010

Salinas Puro Talento




Se presentó otra vez este viernes 23 en Villa Gesell, lo fui a escuchar y me morí de amor...

viernes, 23 de abril de 2010

Eyjafjallajokull


Volare(o no)
Por Juan Forn

Para aquellos que les gusta jugar al Scrabble, el nombre del volcán islandés que tuvo a Europa en vilo en estos días será su nueva palabra fetiche: las dieciséis letras de Eyjafjallajokull dan un puntaje imposible de igualar con ninguna otra palabra en el mundo. No es que el sencillo vocablo (sencillo para los islandeses: “Eyja” significa isla, “Fjalla” es montaña y “Jokull” es glaciar, en su lengua) fuese muy conocido en el mundo hasta la semana pasada. La última vez que el Eyjafjallajokull fue noticia sucedió en 1823, cuando estuvo escupiendo humo y cenizas durante meses, pero en aquella Europa sin aviones ni aerolíneas nadie se alarmó demasiado por una nube negra más en el horizonte. Sin embargo, hay una corriente de historiadores-geólogos islandeses que viene sosteniendo (hasta ahora sin mucho impacto) que la Revolución Francesa ocurrió debido a los efectos sobre las psiques europeas de una erupción del Eyjafjallajokull a principios de 1789. Vaya a saberse si esta nueva corriente de interpretación histórica hará roncha en el vapuleado inconsciente colectivo europeo de estos días, pero sospecho que unos cuantos estarán más que dispuestos a culpar a Islandia por la crisis económica griega, el accidente aéreo que mató a medio gabinete polaco y hasta la derrota del Barcelona contra el Inter.
Los islandeses llevan un par de años sufriendo miradas de odio del resto de Europa. Primero fue el colapso económico del 2008. Después, el anuncio de que no pagarían su deuda externa. Ahora, no sólo la erupción del volcán sino la noticia (verdaderamente ofensiva para el resto de Europa) de que el territorio islandés no sufrió una sola consecuencia por la erupción del Eyjafjallajokull. “Somos buenos exportando desastres”, dijo por televisión Egill Helgason, un columnista político islandés. Sus compatriotas hicieron correr un chiste al respecto, que dice que la economía islandesa pidió un último deseo antes de colapsar: que sus cenizas fueran esparcidas en Europa. Lo cierto es que los cielos se mantuvieron prístinamente despejados y celestes toda la semana en Rejkiavik, la única capital de Europa donde la vida siguió su curso normal. “¿Tenemos que pedir perdón por eso también?”, se preguntó ayer el primer ministro Ossur Skarphedinsson, en una conferencia de prensa internacional, luego de guiñar un ojo a los representantes de los medios islandeses y agregar: “Qué culpa tenemos nosotros de que nuestros ancestros eligieran bien dónde levantar la capital”.
El dilema del día parecía una adaptación del archiconocido hit de Domenico Modugno: “Volare / o no”. Cuando se abrieron los cielos y pareció que por fin dejarían de quejarse, las líneas aéreas dejaron en evidencia su verdadero propósito: exigieron de sus respectivos gobiernos una compensación monetaria por los mil millones de euros que dicen haber perdido en esta semana, alegando que eso mismo hizo el gobierno norteamericano cuando clausuró su espacio aéreo después del 11 de septiembre de 2001.
El escritor islandés Hallgrimur Helgason dijo que los recientes eventos políticos y geológicos exponen a Europa algo que para los islandeses es moneda corriente: que la naturaleza, como el prójimo, es siempre brava y sorpresiva, y que esa actitud es la que debería moldear la psique moderna europea, en lugar de la oprobiosa blandura moral de los que tienen demasiado y lo dan todo por sentado. Les dio para que tengan. Pero mi declaración favorita en estos días la hizo una viejita cuya casa está en las cercanías del aeropuerto de Frankfurt: le confesó sonriente a un reportero de la tele alemana que ella estaba feliz de la vida con todo el asunto porque, por primera vez en cincuenta años, se estaba despertando cada mañana con el canto de los pájaros y respirando aire puro en lugar de vahos de fuel oil.

Extraído de Página12
23/04/2010

jueves, 22 de abril de 2010

Bachelet


"Creo que él es atractivo. Es un tipo interesante. Esa combinación fatal para las mujeres entre guapo y misterioso", comentó Bachelet.

The Wire


Dentro de serie
Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona y hacia Baltimore
UNO Escribo todo esto en el aire. Escribo esto con el cuerpo en la tierra de Barcelona, pero (si la Gran Nube lo permite) con la cabeza ya en Baltimore, horas antes de subirme a un avión rumbo exactamente hacia allí. Y me pregunto cuál ha sido hasta la fecha mi percepción de esa ciudad en la que nunca estuve y pronto estaré. Y me respondo sin dudarlo, bien preparado para el autoexamen de geografía existencial. Primero, Baltimore como los callejones alucinados por los que deambula Edgar Allan Poe. Luego, el Baltimore accidental y casi frankcapriano de la novelas tristemente felices o felizmente tristes de Anne Tyler. Más tarde, esas postales color sepia melancolía de los mejores films de Barry Levinson o los alaridos flúo-freak en las películas de John Waters. Y de un tiempo a esta parte y para siempre, Baltimore como esa ciudad fuera de serie que ahora es una ciudad dentro de serie.
Baltimore como el sitio donde transcurre una serie de televisión llamada The Wire.
DOS Nunca estuve allí, pero conozco a Baltimore por The Wire. La conozco, pienso, como la palma de mi mano; seguro, también, de que no han sido demasiadas veces las ocasiones en que me detuve a mirar fijo la palma de mi mano. Lo que significa que, a través de The Wire, conozca a Baltimore más que a la palma de mi mano. Y basta de estas tonterías que no lo son tanto porque, en realidad, en la parrafada anterior lo que yo intento –seguramente sin conseguirlo del todo– es enseñarles a leer algo del mismo modo en que The Wire nos ha enseñado a más ver que mirar algo. Y, sí, las cinco temporadas de The Wire –creación del periodista David Simon y del ex policía Ed Burns– son probablemente lo más trascendental que le ha ocurrido a la caja inteligente desde The Twilight Zone. Porque, de acuerdo, ha habido muchas series muy buenas e incluso excelentes. Pero el riesgo y la victoria de The Wire –definida por Richard Price, uno de sus guionistas de prestigio, como “esa novela rusa que pasan en la HBO”– pasan por haber modificado para siempre nuestra percepción del tiempo catódico. En The Wire –suceso de crítica y fracaso de audiencia que comienza a ser éxito a partir de su edición en DVD– la velocidad es otra, todo fluye de manera diferente. Hay episodios en los que no sucede nada o en los que la cámara se detiene, inmóvil, frente a una conversación que dura quince minutos. De ahí, la casi obligación de verla recién con las cinco cajitas a mano. Como una obra completa. Como, sí, una de esas largas novelas rusas cuya longitud se administra a voluntad. Bienvenidos, entonces, no sólo a Baltimore sino, también, al Baltimore Time que no es la “Hora de Baltimore”, sino el “Tiempo de Baltimore”: la particular manera en que el tiempo transcurre y ha transcurrido a lo largo y ancho de cinco temporadas y sesenta episodios de The Wire. Una tiempo distinto, diferente, la versión proustiana del timing que suele exigírsele a toda serie policial y que The Wire nos regaló –esos son los mejores regalos– sin que se lo hubiésemos pedido y mucho menos lo esperásemos. Un tiempo único y raro. Un tiempo drogado de droga. Un tiempo que recuerda a los limbos ambarinos de un hotel en Marienbad o de la isla de Morel. Un tiempo que primero nos desconcierta, pero enseguida –bastan dos dosis, apenas dos episodios– para descubrirnos como yonquis imposibles de ser rehabilitados porque no queremos rehabilitarnos. Queremos más y mejor. Y The Wire siempre cumple y llega con mercadería pura y sin cortar y de la buena.
TRES El tiempo en el Baltimore de The Wire tiene algo parecido a aquel Día de la Marmota en el que se despertaba, una y otra vez, Bill Murray en aquella comedia que los estudiosos del budismo consideran como la mejor representación hecha por occidentales de los giros de las ruedas del karma. Lo mismo, a su manera, sucede temporada tras temporada en The Wire. Un cíclico volver a comenzar: Baltimore permanece, los personajes permanecen y apenas cambia el escenario principal donde todos se mueven y conversan y escuchan y llenan formularios y de tanto en tanto disparan sus revólveres tan lentamente. A saber: la primera temporada centra sus acciones en el ambiente de la droga, la segunda en el puerto y los muelles en decadencia, la tercera en los pasillos gubernamentales y alrededores, la cuarta en una escuela de los barrios bajos, y la quinta en un periódico.
CUATRO Efectos secundarios pero permanentes de haber visto The Wire: imposible recordar los nombres de más de cuatro o cinco personajes (entro en la Wikipedia y, en la entrada dedicada a la serie, cuento 202 apellidos protagónicos y secundarios de gente que aparece y desaparece en las cinco temporadas). No recuerdo, tampoco, ningún episodio en particular. Jamás olvidaré, sí, determinados momentos capturados entre ese funeral del primer episodio y ese otro funeral del último episodio, música de The Pogues. Esas casas tapiadas y rellenas de cadáveres. Esas borracheras de McNulty. Esos muebles en miniatura. Ese carrito de supermercado de Bubbles. Los problemas de pareja de Kima. La ambigüedad moral de Tony Carcetti...
El año pasado, en una conferencia en Granada, el escritor Ricardo Piglia proponía la teoría de que toda forma inicialmente bastarda del arte era redimida y ascendida a noble recién con la aparición de una nueva forma bastarda. Así, la novela popular recién asumía gestos de vanguardia con la llegada del cine popular que recién era coronado como séptimo arte con la llegada de la retardada televisión que, ahora, eleva vertiginosamente su coeficiente intelectual cortesía de ese infinito caos que es la Red y sus derivados. De ser esto cierto, The Wire es lo más alto a lo que se ha llegado y, más que probablemente, lo más alto a lo que se llegará.
Próximamente: serie en internet sobre adictos a internet.
CINCO Digámoslo así: Los Soprano es realista, pero The Wire es real. Los Soprano es Elvis, pero The Wire es The Beatles. Lost –lo siento– es de tanto en tanto The Beach Boys, pero por lo general no pasa de The Monkees. Twin Peaks, por supuesto, es Bob Dylan.
SEIS Entonces me invitan a un college, a pasar una semana allí, a Maryland. Pregunto qué ciudad queda cerca. Baltimore, me responden. Y –nadie dice nada de Poe & Co.– agregan, por las dudas: “Es la ciudad donde transcurre The Wire”.
Acepto sin pensarlo dos veces ni cambiar de canal.
Reabrieron los aeropuertos españoles. Allá voy, por primera vez, otra vez, rumbo a esa volcánica ciudad.

Extraído de Página12
21/04/2010

martes, 20 de abril de 2010

Un padre de familia


Sarita me había hablado de la carga que resultaba para Estela su familia. Una familia “bien” venida a menos, el padre, desempleado y sin jubilación, la madre, maestra tardía por necesidad de trabajar. La había escuchado sin darle más o menos importancia que a otras cosas que me contaba: que sus padres, que su hermana, que su novio, que la carrera …
Yo disfrutaba de mi primer día en Buenos Aires. Todo tenía casi el mismo color satisfactorio. No todo el mundo se podía dar el lujo de tener dos familias. ¡Y tan opuestas! Una era complementaria de la otra. Yo las complementaba. Si se hubieran conocido bien entre ellas, serían nuevos Capuletos y Montescos. Pero yo era la única que lo sabía. Lo que no me podía dar mi familia de sangre, lo encontraba en abundancia en mi familia postiza de Buenos Aires. Había encontrado la fórmula para estar bien nutrida. La única desventaja era que yo no podía hacer sino de hija. Y no me daba cuenta de que las dos familias eran muy buenas nutridoras de hijas chiquitas. Ninguna de las dos quería que sus hijas crecieran.
Yo estaba cómoda. Me causaba placer estar a disposición. Estar dispuesta a ir adonde me llevaran. No saber con lo que me iba a encontrar y no tener ningún compromiso. Íbamos a ir a pasear a lugares donde Sarita no iba si yo no venía a su casa. Veríamos una película recién estrenada, algún espectáculo musical o de teatro, iríamos a caminar por un barrio de la ciudad que nunca visitaba o que yo no conocía y el domingo a una feria artesanal.
No me acuerdo casi de qué hablábamos, pero teníamos mucho que decirnos. Y a mí me parecía que eran cosas muy importantes.
El mismo día que llegué, fuimos a la casa de Estela. Creo que para llevarle un libro o para pedírselo. Sarita me previno sobre la familia de su amiga. El padre, dando vueltas por la casa. La madre, amargada y de mal humor.
La casa me impresionó como muy bien cuidada. No podía creer que vivían sólo tres personas que no tenían plata para pagarle a alguien que hiciera limpieza. Una casa antigua, de dos plantas. Sobriedad y buen gusto.
No sé en qué momento el padre de Estela nos llevó a la planta alta para mostrarnos su escritorio. Un hermoso lugar, con paredes de madera y una ventana que daba a una terraza con muchas plantas.
Una pared completa estaba dedicada a la colección de armas que tenía el dueño de casa. Nos llevó directamente a mostrárnoslas. No es ciertamente el tipo de objetos que me gustan, más bien, me producen aversión. Pero miraba como si me interesaran.
Tomó un arma corta y nos explicaba algo de su funcionamiento que nosotras escuchábamos con atención. Y sorpresivamente apretó el gatillo y disparó.
No alcanzamos a asustarnos, por lo insólito de la situación. Este hombre estaba feliz por lo que había hecho. Como una travesura. Como si se hubiera permitido hacer un acto de exhibición obscena.
La mujer expresó su enojo desde la planta baja. Estela se sintió avergonzada y no sabía cómo disculparse. Nosotras la tranquilizamos y minimizamos lo que había pasado.
Cuando salimos a la calle, nos sentimos liberadas, respiramos hondo, nos reímos, pero nos quedó el sentimiento de extrañeza y de no saber bien qué pensar.
No hablamos más allá de lo que había pasado, pero ahora pienso que ese señor era peligroso. No sé si Sarita estaría de acuerdo conmigo.

Amanda Vistuer
1983

Foto: Amanda del '76

domingo, 18 de abril de 2010

Ese enemigo


Yo tengo un enemigo
que es igual que yo
y que me repudia,
que no me reconoce como viviente,
que tiene una amargura añeja
y me sacrifica por eso.
Que no restaña sus heridas
en el tiempo que tiene para ello.
Que pudiendo comer el hierro que le falta
devora presuroso proteínas que le sobran.
Que no grita si le duele.
Que comercia …
con la ignorancia
con la violencia
con el poder
con la inocencia
con la esperanza
con la opresión.
Que postula la promiscuidad
como modelo de solidaridad.
Que no le conmueve su propia muerte
y estrangula la vida
porque no la soporta.
Que toma por la fuerza lo que es suyo
y desea lo que no lo es
hasta morirse.
Que lucha por no ser libre,
que no entiende la vida
pero se adueña.
Que por las noches sueña que llora
y se olvida en cuanto despierta
pero se pregunta por qué no puede reír
como su vecino.

Amanda Vistuer
1983

sábado, 17 de abril de 2010

Humor de hoy


Hoy, en Página12.

viernes, 16 de abril de 2010

Nautilus Shell


La fotografía "Nautilus Shell", de Edward Weston, fue vendida hoy por más de un millón de dólares por la firma Sotheby's en Nueva York, durante una subasta en la que se podían adquirir imágenes de algunos de los principales representantes de la historia de la fotografía.

La imagen, vendida por 1.082.500 dólares, ha superado las previsiones de la casa de subastas, la cual había fijado el precio estimado de la obra de Weston (1886-1958) entre 300.000 y 500.000, informó Sotheby's.

Según la casa de subastas, "Nautilus Shell", que muestra un reluciente cascarón de caracol de mar frente a un fondo totalmente oscuro, ejemplifica la "cúspide" de la carrera de Weston como fotógrafo, y es un "referente" del modernismo en la fotografía del siglo XX.

Extraído de la Revista Ñ
13/04/2010

jueves, 15 de abril de 2010

domingo, 11 de abril de 2010

Mi papá y yo


Enero o Febrero del '47...

viernes, 9 de abril de 2010

jueves, 8 de abril de 2010

The Beatles



A 40 años de Abbey Road...

domingo, 4 de abril de 2010

Cultivar


ReflexionesCultivar

Por Guillermo Jaim Etcheverry

lanacion.com | Revista | Domingo 4 de abril de 2010

viernes, 2 de abril de 2010

La saeta


La saeta
de Antonio Machado

Dijo una voz popular:
¿Quién me presta una escalera
para subir al madero
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?

Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar.

Cantar del pueblo andaluz
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz.

Cantar de la tierra mía
que echa flores
al Jesús de la agonía
y es la fe de mis mayores.

¡Oh, no eres tú mi cantar
no puedo cantar, ni quiero
a este Jesús del madero
sino al que anduvo en la mar!

Imagen: "El Cristo amarillo" de Gauguin

jueves, 1 de abril de 2010

Woody Allen


El cineasta declara su amor a la ciudad durante un concierto con la New Orleans Jazz Band en el Palau:"Barcelona es la mejor ciudad del mundo"

Barcelona, 29/03/2010

Vicky Cristina Barcelona


Vicky Cristina Barcelona es tan divertida como inteligente, tan conscientemente ligera como maliciosa, un catálogo muy sabio de las cosas que pueden ocurrir en el amor y en el deseo, en los juegos de seducción entre hombres y mujeres, en la batalla entre las apetencias y las conveniencias.
Que la trama suceda en Barcelona y fugazmente en Oviedo, o que una de las dos descolocadas turistas quiera hacer una tesis sobre la identidad cultural catalana, no es suficiente para que Allen se proponga darnos un curso acelerado sobre las esencias catalanas y asturianas. Es tan pérfido y le gusta tanto la parodia que se inventa a un sensible seductor, alguien desarmante por la frontalidad de sus propuestas sexuales, que reúne los estereotipos de un macho que puede darse en cualquier lugar de este país. Pasea a sus presas por las Ramblas y por el Parque Güell, por el Barrio Chino y por la Sagrada Familia, sabe mucho de Gaudí y de Miró, de arte en general, pero sobre todo es consciente de que el vino hace milagros y acorta el camino de la cama. Que las turistas refinadas también son muy sensibles a la guitarra española.

El proceso de acoso y derribo que establece este pintor dotado de pragmático sentido del erotismo con una mujer que teme las novedades y las convulsiones y con otra que siempre está dispuesta a lo imprevisto y a pagar las resacas del amor, discurre con mordacidad y gracia. Pero el auténtico subidón cómico se produce cuando aparece la antigua mujer del chulazo tierno, señora racial y disparatada hasta extremos hilarantes. A partir de ese momento se te olvida lo morbosa que es Scarlett Johansson y la elegante hermosura de Rebecca Hall y sólo tienes ojos y oídos para el sabroso papel que le ha regalado Woody Allen a la aquí espléndida Penélope Cruz. Los combates dialécticos, réplicas y contrarréplicas, el volcánico ni contigo ni sin ti que montan entre Penélope Cruz y el también excelente Javier Bardem, tienen capacidad para hacer reír al espectador más glaciar.

Extraído de: "El País"