lunes, 29 de junio de 2009

Les Luthiers por Horovitz


Para recordar a Horovitz (fotógrafo de maestros y maestro de fotógrafos) ...

Madoff

NUEVA YORK.- El ex inversor y ex titular del Nasdaq, Bernard Madoff, fue condenado hoy a 150 años de prisión en una corte de Nueva York, por haber llevado a cabo la mayor estafa financiera de la historia por un monto total de 65.000 millones de dólares.
Antes de conocerse la sentencia, Madoff pidió disculpas a sus víctimas al decir ante una corte que "viviré con este dolor por el resto de mi vida".

Por muy poquito...

domingo, 28 de junio de 2009

Sábato y Saramago


Sábato
By José Saramago

Casi cien años, noventa y ocho exactos, son los que hoy (24/06/2009) está cumpliendo Ernesto Sábato, cuyo nombre escuché por primera vez en el viejo Café Chiado, en Lisboa, allá por los remotos años 50. Lo pronunció un amigo que inclinaba sus gustos literarios hacia las entonces mal conocidas literaturas sudamericanas, mientras que nosotros, los otros miembros de la tertulia que nos reunía al fin de la tarde, tendíamos, casi todos, hacia la dulce y entonces todavía inmortal Francia, salvo algún excéntrico que presumía de conocer de cabo a rabo lo que en Estados Unidos se escribía. A aquel amigo, que acabé perdiendo en el camino, le debo la incipiente curiosidad que me llevó a nombres como Julio Cortázar, Borges, Bioy Casares, Asturias, Rómulo Gallegos, Carlos Fuentes, y tantos otros que se me atropellan en la memoria cuando los convoco. Y estaba Sábato. Por un fenómeno acústico extraño asocié las tres rápidas sílabas a un súbito golpe de puñal. Conocido como es el significado de esta palabra italiana, la asociación tiene que parecer de lo más incongruente, pero las verdades son para decirse, y ésta es una de ellas. El túnel fue publicado en 1948, pero yo no lo había leído. Entonces, en aquella altura, con mis inocentes 26 años, todavía sería mucho el pan y la sal que tendría que comer antes de descubrir el camino marítimo que me conduciría a Buenos Aires… Fue ese inolvidable compañero de mesa de café el que me proporcionó la lectura de la novela. Desde las primeras páginas entendí hasta qué punto había sido exacta la osada asociación de ideas que me hizo relacionar un apellido con un puñal. Las lecturas siguientes que hice de Sábato, ya fueran novelas, ya fueran ensayos, sólo confirmarían la intuición inicial, la de que me encontraba ante un autor trágico y eminentemente lúcido que, además de ser capaz de abrir caminos por los corredores laberínticos del espíritu de los lectores, no les consentía, ni en un solo instante, que desviasen los ojos de los más obscuros rincones del ser. ¿Lectura por eso difícil? Tal vez, pero lectura fascinante entre todas. La amalgama de surrealismo, existencialismo y psicoanálisis que constituye el suporte “doctrinario” de las ficciones del autor de Sobre héroes y tumbas, no nos debería hacer olvidar que este autoproclamado “enemigo” de la razón que se llama Ernesto Sábato es a la falible y humilde razón humana a la que acaba apelando cuando sus propios ojos se enfrentan a ese otro apocalipsis que fue la sangrienta represión sufrida por el pueblo argentino. Novelas que se ciñen a épocas históricamente determinadas y a lugares objetivamente definidos, El túnel, Sobre héroes y tumbas, Abbadón el exterminador no hacen oír simplemente el grito de una consciencia afligida por su propia impotencia y la visión profética de una sibila a la que el futuro aterra, también nos avisan de que, tal como Goya (más conocido como pintor que como filósofo…) ya había dejado constancia en su famosa serie de grabados los Caprichos: Siempre ha sido del sueño de la razón de donde ha nacido, crecido y prosperado la inhumana genealogía de los monstruos.
Querido Ernesto, entre el temor y el temblor transcurren nuestras vidas, y la tuya no podía ser excepción. Pero tal vez no se encuentre en los días de hoy una situación tan dramática como la tuya, la de alguien que, siendo tan humano, se niega a absolver a su propia especie, alguien que a sí mismo no se perdona nunca su condición de hombre. No todos te agradecerán la violencia. Yo te pido que no la desarmes. Cien años, casi. Estoy seguro de que al siglo pasado se le podrá llamar también el siglo de Sábato, como el de Kafka o el de Proust.

viernes, 26 de junio de 2009

Andrés Cascioli

A la edad de 73 años falleció ayer jueves el dibujante y creador de la revista Humor, Andrés Cascioli.
En el 72’ fundó, con Oskar Blotta, la revista Satiricón. Seis años más tarde, en 1978, creó la revista Humor Registrado, la cual llegó a vender más de 300.000 ejemplares y se convirtió en una especie de "zona liberada" en medio de la dictadura.


Humor sin duda marcó una época por sus legendarias tapas, siempre de la mano de Cascioli, en las que cuestionaba la guerra de Malvinas o el intento de amnistía para los militares.

miércoles, 24 de junio de 2009

Javier Villafañe (1909-1996)


Hoy cumpliría 100 años...

Algunos creen que los titiriteros también mueren

por Gustavo Roldán

Nadie puede creer que los títeres mueran, y si los títeres no mueren tampoco pueden morir los titiriteros. Simplemente las obras se terminan cuando baja el telón para seguir mañana en otro teatro, en otro pueblo, en otro país.
En qué país estará Javier Villafañe, tanto que le gustaba viajar. En qué esquina de la tierra se asomarán sus títeres y sus cuentos para seguir peleando por un mundo mejor, para resistir con la poesía de sus manos de mago y de sus palabras de fuego.
No es igual este país sin Javier Villafañe. Algo está faltando, alguna lenta palabra pronunciada a medianoche para espantar la furia, algún poema que se ría de las tonteras de este mundo, alguna manera de saber vivir a contrapelo. Pero todos estamos acostumbrados a sus viajes, todos los amigos sabemos que al preguntar por Javier siempre alguien nos dice: está en Colombia, está en España, está en Grecia o en Hungría. Siempre en algún lugar diferente porque nunca nadie acaba de conocer el mundo. Porque el mundo es grande, aunque ahora parece más chico si no está por aquí Javier Villafañe.
Pero seguiremos esperando, o lo encontraremos en algún viaje, y seguiremos hablando de él, viejo mentiroso que no dudaba en contarnos de manera distinta la misma historia, porque si decía lo mismo era para él demasiado aburrido.
Tal vez no tenía derecho a dejarnos solos, pero un viajero siempre deja solos a los demás. También los titiriteros nos dejan solos cada vez que cierran su tablado y se van. Nos dejan una obra y un recuerdo y un algo que se ha movido dentro nuestro que nos hace más ricos, pero se van.
Toman el tren bajo la lluvia y saludan levantando la mano como diciendo adiós. Y sonríen. De qué sonríen si nos dejan solos y ya no podemos preguntar. Entonces las palabras nos quedan apretadas en la garganta, inútiles palabras que no dijimos a tiempo y que seguirán doliendo para siempre.
Los titiriteros y los poetas siempre mienten.
Siempre toman el tren bajo la lluvia.
Siempre sonríen.
Siempre nos dejan solos.
Yo me miento también y digo que pronto volverá. O que nos encontraremos en Cuba, porque Cuba es un hermoso lugar para encontrar a los amigos. Y porque Cuba es un país donde todos quieren a Javier Villafañe.

Artículo extraído, con autorización del autor, de la revista "Para la Libertad", Nº 8. Buenos Aires, mayo-junio 1996.

lunes, 22 de junio de 2009

En patineta



Me parece maravilloso y conmovedor...

sábado, 20 de junio de 2009

20 de junio de 1820


20 de junio de 1820

Doctor:
acepte este reloj como honorario.
Sólo el reloj me queda y es inútil
seguir midiendo el tiempo que se acaba.
Únicamente usted y mis recuerdos
vinieron hoy a visitarme.
¿Qué ocurre afuera? Vuelvo a oír los ruidos
de una patria incipiente y tumultuosa,
y nada puedo hacer. Doctor ¿me escucha?
Estudié en Salamanca y al volver
quise ayudar a iluminar un sueño,
ser abogado de la primavera,
pero cambié las leyes por la espada.
General de batallas y desdichas,
en Salta, Tucumán y Vilcapugio
vi resbalar la sangre de la historia.
Y en medio del fragor -arrojo y muerte-
amé con desenfreno y cobardía;
tuve hijos que no reconocí, fortunas
que deseché, amigos, camaradas,
que me quisieron o me traicionaron.
Fui, como muchos, noble y egoísta,
mas mi pecho aún se inflama si recuerdo
el día que en la orilla de aquel río,
bajo el sol vertical, entre las garzas
y unos duros soldados, orgulloso,
le ofrecí a mi país una bandera.
Doctor: siento que esa bandera me redime
del fracaso final, esta agonía.
Adiós doctor, y un último pedido:
que los suaves colores de la patria
envuelvan este cuerpo cuando muera.

Por Antonio Requeni

viernes, 19 de junio de 2009

Puntagua Manantial


Puntagua Manantial

Mientras alguien canta una canción
el agua brota y el verde alumbra.
Aire de álamos y pájaros
yuyos sin nombre y aromas.
Hombres niños.
Niños hombres.
Flor silvestre y silencio.
Un secreto entre tu gente
y el temor.
Un avión que cruza el cielo
celeste y limpio y sereno.
Una cabra que se asoma
por el cerro.
Alguien canta
porque aquí ella te espera,
ella te extraña
a veces.
Un sol generoso.
Agua que te la roban
y viaja
en ridículas botellas.
Una liebre muerta
a bala,
en empanadas.
Un puesto y un puestero,
unas manos expertas
sacan de un telar
todos los colores
entrelazados.
Una excursión,
menta, piedras,
colchón de berros,
vertiente.
Un horno de pan,
los chicos
y las manzanas.
Y alguien canta.
Todos los pájaros
devuelven los sonidos
del aire
porque vive tu magia
y mi corazón
y tu alimento
y mi apetito.
Mientras él canta.


Amanda Vistuer
Punta de Agua, 13 de enero de 1984

miércoles, 17 de junio de 2009

Fernando

Mamá Esperanza


Esperanza es un paisaje,
una carta,
un motín en un penal,
un presentimiento,
los preparativos de un viaje,
un domingo de comicios,
una buena digestión,
estrenar zapatos nuevos,
los recuerdos que se agolpan,
los abuelos inmigrantes,
una tregua en la ambición.
La búsqueda de algún tesoro,
la ansiedad por ver el fruto,
la muerte de algún cretino,
un niño que va a venir,
una mañana de sol.
Una propuesta, un piropo,
el barrio que no conozco,
una sesión de terapia,
momentos de soledad,
un diálogo, una canción,
dos cafés en algún bar,
un camino de regreso,
la madre en algún lugar.
El vértigo del amor,
una excepción en la regla,
una válvula de escape,
un contagio,
(muchos contagios)
una oveja negra,
(muchas ovejas negras)
un "pito catalán",
(muchos "pitos catalanes")
una carcajada,
(muchas carcajadas)
Y quizás, un dolor.

Amanda Vistuer
1983

domingo, 14 de junio de 2009

A un gato


A un gato

No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
más remoto que el Ganges y el poniente,
tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño

Jorge Luis Borges

sábado, 13 de junio de 2009

viernes, 12 de junio de 2009

El nido vacío (2008)


En su sexta película, el realizador Daniel Burman (El abrazo partido, Derecho de familia) explora con inteligencia y amabilidad las tribulaciones de un hombre en la madurez de sus cincuenta años. A la habitual habilidad para narrar y observar las conductas humanas, le suma aquí una interesante capacidad para reflexionar sobre la creación artística.

Burman prefiere explorar la fuerza liberadora que el arte puede otorgarle a un artista atribulado, y no la crisis de una pareja expuesta a los avatares del nido vacío. Aun cuando estos temas están presentes, su director elige no sumergirse en los mismos, sino apenas insinuarlos a través de un vuelo rasante.

El nido vacío hace alarde de una modernidad bien entendida, una autoconciencia que no hace más que confirmar el talento de Daniel Burman, para quien el arte no necesariamente imita a la vida, sino que a veces sirve como forma para mitigar los temores más profundos.

jueves, 11 de junio de 2009

miércoles, 10 de junio de 2009

Posibilidades

Posibilidades

Prefiero el cine.
Prefiero los gatos.
Prefiero los robles a orillas del río.
Prefiero Dickens a Dostoievski.
Prefiero que me guste la gente
a amar a la humanidad.
Prefiero tener en la mano hilo y aguja.
Prefiero no afirmar
que la razón es la culpable de todo.
Prefiero las excepciones.
Prefiero salir antes.
Con los médicos prefiero hablar de otra cosa.
Prefiero las viejas ilustraciones.
Prefiero lo ridículo de escribir poemas
a lo ridículo de no escribirlos.
En el amor prefiero los aniversarios
que se celebran todos los días.
Prefiero a los moralistas
que no me prometen nada.
Prefiero la bondad del sabio a la del demasiado crédulo.
Prefiero la tierra vestida de civil.
Prefiero los países conquistados a los conquistadores.
Prefiero tener reservas.
Prefiero el infierno del caos al infierno del orden.
Prefiero los cuentos de Grimm a las primeras planas
del periódico.
Prefiero las hojas sin flores a la flor sin hojas.
Prefiero los perros con la cola sin cortar.
Prefiero los ojos claros porque los tengo oscuros.
Prefiero los cajones.
Prefiero muchas cosas que aquí no he mencionado
a muchas otras que tampoco he dicho.
Prefiero el cero solo
al que hace cola en una cifra.
Prefiero el tiempo de los insectos al tiempo de las estrellas.
Prefiero tocar madera.
Prefiero no preguntar cuánto me queda y cuándo.
Prefiero tomar en cuenta incluso la posibilidad
de que todo tiene una razón de ser.

Wislawa Szymborska

martes, 9 de junio de 2009

Krishnamurti

George Bernard Shaw calificó a Krishnamurti como: “Una figura religiosa de la más alta distinción”, añadiendo que era “el ser humano más maravilloso” que había visto nunca.
No fue el gran dramaturgo irlandés el único en pronunciarse en términos tan elogiosos, pues hablando también de él Kahlil Gibran apuntó en cierta ocasión: “Cuando entró en la habitación pensé, sin lugar a ningún duda, que el Señor del Amor acababa de hacer su aparición ante mí”.
Algunos años más tarde es Henry Miller el que escribe la siguiente frase: “No hay hombre que yo pudiera tener mayor privilegio de conocer”. Y el propio Aldous Huxley, quien andando el tiempo se habría de convertir en buen amigo de Krishnamurti, confiesa en una carta, tras asistir a una de sus conferencias: “Fue lo más impresionante que haya escuchado nunca. Fue como haber escuchado un discurso del propio Buda, con tanta fuerza y tanta autoridad en sí mismo”.

domingo, 7 de junio de 2009

El violinista


El violinista

-¿Usted qué es? -le preguntó el hombre.
-Soy violinista -dijo.
-Nosotros necesitamos guitarristas.
-Puedo aprender.
Y aprendió. Guardó su violín en un armario y durante unos años tocó la guitarra. Hasta que ya no necesitaron más guitarristas y el hombre que lo había contratado se fue. Y vino otro hombre y le preguntó.
-¿Usted qué es?
Habló con amabilidad. Él dudó. Todavía tenía la guitarra en las manos, pero entonces recordó con cariño el violín encerrado en el armario y contestó:
-Violinista.
-Qué interesante -dijo el otro hombre-. ¿Y qué tipo de violín toca?
-Un violín de bronce que yo mismo fabriqué. Tiene cinco cuerdas y está afinado en re menor.
-Qué interesante. Así que no es un violín como los demás.
-No.
El hombre parecía interesado. Mantuvo su mirada de curiosidad unos segundos y después le explicó que no necesitaban esa clase de violinistas.
-El problema es el número de cuerdas. Nosotros preferimos violinistas que toquen instrumentos de cuatro cuerdas.
Si fueran dos o tres, haríamos una excepción. Pero cinco es intolerable. Que el violín sea de bronce podemos aceptarlo. Y la afinación puede cambiarse, pero lo de las cuerdas es algo serio.
-Entiendo.
-También toco la guitarra. Cualquier clase de guitarra ?agregó para que el otro hombre no pensara nada raro.
El otro hombre no pensó nada raro. Parecía entristecido.
-Nosotros ya no necesitamos guitarristas. Ahora necesitamos escaladores.
-¿Y para qué necesitan escaladores?
-No sé -el otro hombre quería demostrarle que él no controlaba todo-. Yo sólo me ocupo de contratar escaladores. La empresa que me ofreció el trabajo no me dio detalles. A propósito, ¿sabe escalar?
-Puedo aprender.
Y aprendió. Durante años escaló montones de cosas. En la copa de un árbol, la cima de una montaña o la terraza de un edificio siempre lo esperaba un hombre que le entregaba un sobre con dinero. Y el dinero nunca era proporcional a la altura. Por llegar a la cumbre del Aconcagua le pagaron menos que por subirse a un jacarandá. Y su mejor paga la obtuvo subiendo al Monumento de la Bandera en Rosario. Ellos no le decían por qué y él tampoco preguntaba. Sólo seguía escalando. Hasta que ya no necesitaron escaladores y el hombre que lo había contratado se fue. Y vino otro y otro. Vinieron muchos hombres y cada uno le preguntó qué era. Y él se acostumbró a responder con su último oficio. Nunca más mencionó el violín. Y lo último que hizo antes de morirse fue enlazar. Montones de cosas: estatuas, rocas, gente con cara de palangana, animales disecados. Incluso dragones, pero nunca basiliscos. Los enlazaba de a pie, a caballo, en bicicleta o en moto. Incluso en helicóptero, pero nunca desde pirámides. Un enlazador excelente.
Sin embargo, cuando murió no lo enterraron con un lazo ni una guitarra, sino con su violín y a los pocos días vinieron a buscarlo de urgencia. Porque ahora necesitaban un violinista y uno de esos hombres se había acordado de él. Como no quería comprometerse ni crear falsas expectativas, ni bien le golpearon la lápida de su tumba les aclaró lo del violín: de bronce, cinco cuerdas y afinado en re menor.
-Exactamente la clase de violinista que necesitamos -dijo el hombre que lo había venido a buscar.
Él percibió su ansiedad. Desde la vibrante oscuridad de la muerte podía escuchar y hablar casi como un fantasma: Así que consideró oportuno aclararle:
-Pero mire que estoy muerto.
-¿Sabe resucitar?
-Puedo aprender.
Y aprendió. Sí, resucitó en menos que ladra un perro, porque no había gallos en ese cementerio. Una resurrección prolija, sin estridencias, que no molestó a nadie. Después tuvo que aprender a vivir otra vez, porque en unos días de muerto se había olvidado de cómo respirar, comer o caminar. Incluso de pensar. Sobre todo de pensar que estaba muerto. O del tiempo. Porque ya no había más tiempo que perder o ganar. Ya no había más tiempo. Había estado fuera del tiempo y ahora estaba otra vez en el tiempo. Y por último creyó que debía aprender de nuevo a tocar el violín. Pero eso fue distinto porque había nacido con ese don, y había vivido y muerto con ese don. Así que resucitó con él. Bastó con que se acordara que lo tenía. Y se acordó rápido porque lo estaban esperando. Impacientes por escucharlo tocar su violín de bronce, de cinco cuerdas, y afinado en re menor.

Autor: Felipe Fernández
Este cuento pertenece a “La sala de los Napoleones“, libro por el cual el autor obtuvo el primer premio del concurso "Victoria Ocampo" 2008

viernes, 5 de junio de 2009

Un año.


Hoy cumple un año mi blog. Fue un año fuerte, agradezco a los amigos que me acompañaron y a Sergio que me dio la idea.
Casualmente, hoy es el Día del Medio Ambiente. Para reflexionar y accionar.

miércoles, 3 de junio de 2009

Soledad

Soledad

La soledad es como lluvia.
Se alza del mar hacia los atardeceres;
desde llanuras lejanas y remotas
se va hacia el cielo, que la posee siempre.
Y sólo entonces cae sobre la ciudad.

Llueve la soledad en las horas inciertas,
cuando todas las calles se vuelven hacia el alba
y cuando los cuerpos que nada encontraron
se separan desencantados y tristes,
y cuando las personas que se odian
tienen que dormir juntas en la misma cama:

luego la soledad se marcha con los ríos...

Rainer M. Rilke

martes, 2 de junio de 2009

Flor de lino


Flor de Lino
vals
1947
Música: Héctor Stamponi
Letra: Homero Expósito

Deshojaba noches esperando en vano que le diera un beso,
pero yo soñaba con el beso grande de la tierra en celo.
Flor de Lino,
qué raro destino
truncaba un camino
de linos en flor...

Deshojaba noches cuando la esperaba por aquel sendero,
llena de vergüenza, como los muchachos con un traje nuevo:
¡cuántas cosas que se fueron,
y hoy regresan siempre por la siempre noche de mi soledad!

Yo la vi florecer como el lino
de un campo argentino maduro de sol...
¡Si la hubiera llegado a entender
ya tendría en mi rancho el amor!
Yo la vi florecer, pero un día,
¡mandinga la huella que me la llevó!
Flor de Lino se fue
y hoy que el campo está en flor
¡ah malhaya! me falta su amor.

Hay una tranquera por donde el recuerdo vuelve a la querencia,
que el remordimiento de no haberla amado siempre deja abierta:
Flor de Lino,
te veo en la estrella
que alumbra la huella
de mi soledad...
Deshojaba noches cuando me esperaba como yo la espero,
lleno de esperanzas, como un gaucho pobre cuando llega al pueblo,
flor de ausencia, tu recuerdo
me persigue siempre por la siempre noche de mi soledad...

Versión de Aníbal Troilo y Floreal Ruiz:



Versión del Cuarteto Cedrón:



Versión de Rodolfo Mederos y Colacho Brizuela: