Uno se anima a decir que el Negro Fontanarrosa era, simplemente, el mejor. En todos los sentidos. Pero sobre todo, muy buena gente. De buenísima leche. Estoy hablando de vida social, de vida profesional, de colegas y de amigos. De una sanidad invulnerable al halago y a las miserias del celo. En él, como en otros, se intuye que es cierta la idea del humor –que en él era un reflejo, una manera, un tic personal– como una forma superior de la inteligencia, de la sabiduría. El se cagaría de risa ante esto. Pero es cierto. No tomarse en serio es la única forma seria de tomar las cosas. Y así iba, con naturalidad de la gracia a la desgracia.
Por Juan Sasturain
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