Madgalena Ruíz Guiñazú. "Te pinta toda una época. El hecho de haber publicado el editorial de jardín de infantes en plena dictadura. Las solicitadas de los desaparecidos eran siempre encabezadas por Pérez Esquivel, Sábato, María Elena. Cada vez que daba un reportaje daba lío. Era muy democrática. María Elena es una amiga que se nos va". Susana Rinaldi. "Fue un golpe en la cabeza. Cuántas generaciones ha formado María Elena con una percepción de la sociedad que pocas veces se tiene. Su sonrisa permanente, a pesar de las dificultades físicas durante años. Era una intelectual de verdad. Una persona íntegra desde todo punto de vista. No necesitaba alardear. Gracias a María Elena, entraron por primera vez a la televisión las Madres de Plaza de Mayo".
Woody Allen hubiera querido ser Bergman, lo que prueba su buen gusto en materia de cine. Como era previsible, no lo consiguió: cuando uno se pone metas demasiado altas debe estar listo para trabajar mucho y fracasar todavía más. Por suerte, el humor lo salvó y, junto con él, a los honestos cinéfilos, que no se merecían una mala réplica. Y si bien en la inclinación por plantearse grandes cuestiones existenciales Woody se iguala con el sueco, se diferencia de él en materia de gracia. Cuando ríe, Bergman puede ser directo y fresco (recordar, por ejemplo, Sonrisas de una noche de verano ). El humor de Allen tiene su propio sello. No es el séptimo sello bergmaniano, sino el sello de la Séptima Avenida, de los teatros, los cafés y las librerías de Manhattan. Es un humor filoso, intelectual, autoincriminatorio, que se articula con un talento poco usual para el vodevil y con un sentido del ridículo que apunta siempre como primer objetivo contra la figura del mismo comediante. A los 75 años, Woody expresa como nadie el brillo y los traumas de una ciudad que nunca fue tan Nueva York como en sus películas.
Por Hugo Caligaris
Viernes 7 de enero de 2011 adn Cultura lanacion.com