jueves, 1 de abril de 2010

Vicky Cristina Barcelona


Vicky Cristina Barcelona es tan divertida como inteligente, tan conscientemente ligera como maliciosa, un catálogo muy sabio de las cosas que pueden ocurrir en el amor y en el deseo, en los juegos de seducción entre hombres y mujeres, en la batalla entre las apetencias y las conveniencias.
Que la trama suceda en Barcelona y fugazmente en Oviedo, o que una de las dos descolocadas turistas quiera hacer una tesis sobre la identidad cultural catalana, no es suficiente para que Allen se proponga darnos un curso acelerado sobre las esencias catalanas y asturianas. Es tan pérfido y le gusta tanto la parodia que se inventa a un sensible seductor, alguien desarmante por la frontalidad de sus propuestas sexuales, que reúne los estereotipos de un macho que puede darse en cualquier lugar de este país. Pasea a sus presas por las Ramblas y por el Parque Güell, por el Barrio Chino y por la Sagrada Familia, sabe mucho de Gaudí y de Miró, de arte en general, pero sobre todo es consciente de que el vino hace milagros y acorta el camino de la cama. Que las turistas refinadas también son muy sensibles a la guitarra española.

El proceso de acoso y derribo que establece este pintor dotado de pragmático sentido del erotismo con una mujer que teme las novedades y las convulsiones y con otra que siempre está dispuesta a lo imprevisto y a pagar las resacas del amor, discurre con mordacidad y gracia. Pero el auténtico subidón cómico se produce cuando aparece la antigua mujer del chulazo tierno, señora racial y disparatada hasta extremos hilarantes. A partir de ese momento se te olvida lo morbosa que es Scarlett Johansson y la elegante hermosura de Rebecca Hall y sólo tienes ojos y oídos para el sabroso papel que le ha regalado Woody Allen a la aquí espléndida Penélope Cruz. Los combates dialécticos, réplicas y contrarréplicas, el volcánico ni contigo ni sin ti que montan entre Penélope Cruz y el también excelente Javier Bardem, tienen capacidad para hacer reír al espectador más glaciar.

Extraído de: "El País"

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