lunes, 30 de junio de 2008

A recuperar



Tardes de sol
en cualquier parte
menos en el patio de la escuela.
Aquel músculo dormido,
la neurona confiscada
en el sitio más oculto,
el proyecto abandonado
a la buena de dios
y del diablo.
Las palabras irreverentes,
nuevas, fundantes,
restauradoras, definitivas.
La respiración profunda,
digestiones, caminatas,
lecturas, desasosiegos,
la mirada inteligente,
y sin querer … un dolor.


Amanda Vistuer
30 de junio de 2008

sábado, 28 de junio de 2008

Más de Casa Tomada

Hacia 1947 yo era secretario de redacción de una revista casi secreta que dirigía la señora Sarah de Ortiz Basualdo. Una tarde, nos visitó un muchacho muy alto con un previsible manuscrito. No recuerdo su cara; la ceguera es cómplice del olvido. Me dijo que traía un cuento fantástico y solicitó mi opinión. Le pedí que volviera a los diez días. Antes del plazo señalado, volvió. Le dije que tenía dos noticias. Una, que el manuscrito estaba en la imprenta; otra, que lo ilustraría mi hermana Norah, a quien le había gustado mucho. El cuento, ahora justamente famoso, era el que se titula Casa Tomada. Años después, en París, Julio Cortázar me recordó ese antiguo episodio y me confió que era la primera vez que veía un texto suyo en letras de molde. Esa circunstancia me honra.

Jorge Luis Borges
Buenos Aires, 29 de noviembre de 1983

viernes, 27 de junio de 2008

Aventuras y desventuras de Casiperro del Hambre


Magia y realidad en Aventuras y desventuras de Casiperro del Hambre
por Laura Helena Martos

La literatura latinoamericana se caracteriza por su capacidad para fundir elementos de diversas procedencias, a veces muy alejados entre sí, en formas nuevas y originales. En esta obra, Graciela Montes emplea la fuerza metáforica del realismo mágico para aludir a los hechos más recientes de la historia argentina, y los recursos de la picaresca para contar, no la progresiva degradación moral del pícaro sino la extraordinaria aventura del crecimiento. Este género de tendencia realista, se originó en el siglo XVI y es típico de la literatura en lengua española. La vida de Lazarillo de Tormes se convirtió en el prototipo de varias obras posteriores, entre ellas la primera novela latinoamericana, El periquillo sarniento de José Joaquín Fernández de Lizardi, publicada en México en 1816.
El hambre, tal como ocurre en la picaresca, es el tema central que da unidad a la historia. Su protagonista, un perro vagabundo, vive, como el pícaro, varias aventuras que determinan el carácter episódico característico del género. Narra en primera persona y, aunque tiene algunos aspectos humanos, no es el animalito humanizado de ciertos cuentos infantiles ni el estereotipo de las fábulas. Con elementos tomados del estudio del comportamiento animal, la autora lo ha dotado de actitudes y, sobre todo, de un punto de vista que podríamos llamar "perruno". Los primeros meses de su vida transcurren duramente en la búsqueda del alimento. Siendo todavía cachorro, es adoptado como mascota y se convierte en víctima de las picardías de los niños y de las humillaciones de los adultos.
El pícaro, aunque aprende de sus ocasionales amos toda clase de triquiñuelas que le sirven para sobrevivir y también para librarse de ellos, no llega a perder completamente la ingenuidad que lo caracteriza. Su condición marginal lo convierte en un obsevador privilegiado y el relato de sus aventuras con esos siniestros personajes constituye una potente sátira social justamente porque la realidad es vista a través de los ojos de una víctima que se limita a registrarla. La ironía, el magistral recurso de la tragedia griega, es también característica de la picaresca, el protagonista ignora lo que saben el lector o el espectador. De todos modos, la crítica se limita a ciertos representantes de instituciones como la Iglesia o la Caballería. En cambio, la voz de una mascota pone en tela de juicio a toda la humanidad cuando, habiéndose apoderado de los ahorros familiares escondidos en la heladera, explica inocentemente:
"Por alguna razón que yo no alcanzo a entender, el percance fue algo imperdonable. Sin embargo no hubo muertos ni heridos, nadie salió lastimado; sencillamente me comí dos mil cuatrocientos cincuenta y cinco dólares, según oí decir, eso fue todo".
Como el pícaro, Casiperro se escapa y se convierte en un perro callejero. Sus ocupaciones ocasionales, perro de circo, modelo en una fábrica de juguetes y animal de prueba en un laboratorio de cosméticos son más bien trabajos forzados y en una ocasión es apresado y llevado a la perrera. No le queda otra alternativa que escapar y cada vez que lo hace, vuelve a ser un vagabundo acosado por el hambre. En la picaresca no hay relaciones de cooperación social y, mucho menos de amor, sólo existe la dura lucha por la sobrevivencia. La situación de Casiperro es más grave aún, sus sufrimientos son los que se suelen reservar a los animales, en particular a los domésticos que se ven obligados a convivir con el hombre. Sin embargo tiene un amigo entrañable, el Huesos, con quien comparte sus infortunios y la lucha por la vida. Vive un primer amor con la perrita del circo. La relación es descripta sin medias tintas, tal cual los niños pueden verla en la calle, pero también con la ternura y el erotismo suficientes para sugerir una analogía con el amor entre hombre y mujer. Más adelante se enamora de la Negrita, una perrita callejera como él, pero antes de que pueda consumarse el amor, ambos son apresados y llevados al laboratorio de cosméticos donde serán sometidos a crueles experimentos.
Los recursos del realismo mágico se intensifican a medida que avanza la historia. En la perrera se dividen los prisioneros condenados a muerte, a los cuales se les niega hasta el agua, de los "recuperables", como ocurría en los centros clandestinos durante la represión llevada a cabo en Argentina en los años setenta. Más adelante el protagonista, utilizado como modelo en una fábrica de juguetes, será víctima de toda clase de humillaciones y se le aplicarán descargas eléctricas. La finalidad, por demás sugestiva, es obligarlo a tomar las actitudes del juguete que se desea fabricar en serie. En el laboratorio de cosméticos, será sometido, junto a sus compañeros, a brutales experimentos que recuerdan los que llevaron a cabo los nazis con seres humanos. Recordando su experiencia anterior, dice: "Me habría gustado complacerlos para que me dejasen en paz de una vez por todas, pero ni siquiera sabía en esa oportunidad qué era lo que esperaban de mí…" Son palabras que frecuentemente se suelen encontrar en los testimonios de personas que han sufrido torturas.
Las sustancias utilizadas tienen fantásticos efectos traumatizantes sobre sus víctimas. Los animales son sometidos a la experimentación de un producto rejuvenecedor que resulta verdaderamente efectivo: un sapo involuciona hasta desaparecer. En este episodio hay ecos del mito de la Fuente de la Eterna Juventud, tan característico de los cronistas de América, y del cuento "Viaje a la semilla" de Alejo Carpentier. Aunque los tres animales logran escapar a tiempo del baño rejuvenecedor, la Negrita, salpicada, sufre una regresión y vuelve a ser cachorra. El protagonista, ayudado por su amigo, se hará cargo de protegerla hasta que vuelva a crecer. Se generan situaciones de gran ternura y comicidad porque ambos perros se ven obligados a cumplir funciones maternales para las que no están preparados. El protagonista es capaz de afrontar la recuperación de un ser amado traumatizado por las torturas porque asume y desarrolla sus propios aspectos femeninos. Al mismo tiempo, deberá esperar que crezca para hacer el amor con ella porque sólo la madurez garantiza la plenitud sexual.
La historia tiene un final feliz que no es, sin embargo, el de los cuentos de hadas. Los tres perros encuentran la protección de un vagabundo que les asegurará el calor del fuego y compartirá con ellos su sencilla comida. Este personaje marginal, que podría ser el típico protagonista de la picaresca, es, por el contrario, el héroe que salvará a Casiperro y a sus compañeros del hambre y del frío, dándoles nombres que, si bien recuerdan las novelas de caballería, reflejan su identidad y sintetizan su historia.

jueves, 26 de junio de 2008

Casa tomada


Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia. Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos pocos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde. Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé porqué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina. Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor de preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una y dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso. Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte mas retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y más allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos. Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venia impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la puerta antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:
-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo.
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
-¿Estás seguro?
Asentí.
-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que tejía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco. Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene extrañaba unas carpetas y un par de pantuflas que tanto la abrigaban en invierno. Creo que pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
-No está aquí.
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre. Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:
-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar. (Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios. Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en voz más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos más despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.) Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro. No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente.
-No, nada.
Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora. Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.
Maravilloso cuento de Julio Cortázar
Fotografía: Julio Cortázar

martes, 24 de junio de 2008

Mujer salvaje



La naturaleza salvaje acarrea consigo los fardos de la curación; lleva todo lo que una mujer necesita para ser y saber. Lleva la medicina para todas las cosas. Lleva relatos y sueños, palabras, cantos, signos y símbolos. Es al mismo tiempo el vehículo y el destino.


Unirse a la naturaleza instintiva no significa deshacerse, cambiarlo todo de derecha a izquierda, del blanco al negro, trasladarse del este al oeste, comportarse como una loca o sin control. No significa perder las relaciones propias de una vida en sociedad o convertirse en un ser menos humano. Significa justo lo contrario, ya que la naturaleza salvaje posee una enorme integridad.


Significa establecer un territorio. encontrar la propia manada, estar en el propio cuerpo con certeza y orgullo, cualesquiera que sean los dones y las limitaciones físicas, hablar y actuar en nombre propio, ser consciente y estar en guardia, echar mano de las innatas facultades femeninas de la intuición y la percepción, recuperar los propios ciclos, descubrir qué lugar le corresponde a una, levantarse con dignidad y conservar la mayor conciencia posible.




Extraído de: "Mujeres que corren con los lobos" de Clarissa Pinkola Estés
Ilustración: "Dos mujeres corriendo en la playa" de Pablo Picasso

jueves, 19 de junio de 2008

Primera conjugación



Me saben gustar...
los árboles sin podar,
los cabellos sin cortar,
los gatos sin castrar,
las voces sin modular,
los niños sin educar,
las casas sin ordenar,
amantes sin copular,
trabajos sin terminar,
empleados sin trabajar,
los patrones sin mandar,
espacios para pensar,
dinero que derrochar,
historias para escuchar,
caminos para andar,
proyectos sin bosquejar,
sonreír sin sospechar,
los impuestos sin pagar,
las noches para soñar,
los recuerdos sin borrar,
la respuesta sin tardar,
los hijos para esperar,
amigos para abrazar,
el agua para tomar,
la tierra sin roturar,
lágrimas sin derramar
y las ganas de bailar.
Tesoros sin encontrar,
la mamá para confiar
y los premios sin ganar.
La tela para cortar,
tías para visitar,
una aguja en un pajar,
un tiro sin disparar,
gente dispuesta a ayudar,
cielos para contemplar,
filtros para enamorar,
en la iglesia y sin rezar,
un gran campo para arar,
razones para cantar,
impulsos sin controlar,
la vergüenza de no amar,
pecados sin perdonar,
náufragos a rescatar,
axilas sin depilar,
una piel sin perfumar,
unos miedos sin nombrar,
un corazón para dar,
comida sin mezquinar,
un farol para esperar,
un mate a medio tomar,
afecto que hay que cuidar,
vida que hay que respetar,
enfermedad por sanar,
un misterio a develar,
marinos en alta mar,
castillos sin embrujar,
una canción sin cantar,
tiempo para regalar,
un dolor para aliviar,
males para reparar,
culpables a castigar,
Maradona sin jugar,
Norma Aleandro sin actuar,
Julio Bocca sin bailar,
Pavarotti sin cantar,
segundos sin respirar,
las cartas sin barajar,
siestas para dormitar,
las culpas sin confesar,
unas cuentas sin pagar,
unas deudas sin cobrar,
las cortinas sin colgar,
la bandera sin arriar,
Cristo sin crucificar,
no rendirme sin luchar,
libertad para pensar,
un lugar para estudiar,
un libro sin empezar,
inventos sin patentar,
mirar y no condenar,
a todos dejar pasar,
volar y dejar volar,
en amores no innovar,
un cuento para contar,
palabras sin censurar,
pasiones sin aplacar,
un sitio adonde llegar,
aguantarme y no llorar,
a Mozart para escuchar,
champaña para brindar,
semillas para sembrar,
la mano para estrechar,
manteca para tirar,
un ladrón sin afanar,
un difunto sin velar,
una yegua sin domar,
una selva sin predar,
una luz para alumbrar,
basura para tirar,
las parejas sin casar,
lecciones sin estudiar,
montañas para escalar,
un premio para entregar,
preguntas sin contestar,
un niño sin "avivar",
secretos sin revelar,
zapatillas para andar,
bebé para amamantar,
el placer de no engañar,
una mente a despejar,
tierra para cultivar,
morir sin agonizar,
manzanas por madurar,
los ejes sin engrasar,
verdad sin organizar,
la luna para mirar...

Amanda Vistuer
1999

lunes, 9 de junio de 2008

Esto escribe mi sobrina Gabi de 18 años


*
Me reconozco esclava del tiempo,
verduga de mis instintos,
jueza absoluta de mis actos.
Sólo necesito la forma de conjugarlo,
dosificarlo, y así llegar a ser lo que pretendo.
Pero nada es fácil y mis pretensiones exigentes.
El orden aniquila,
la muerte espera sola
sentada planeando su juego.
Sorprende y luego todo es irremediable
¿Que hacer para salvarse? Olvidar...

**
A orillas del océano del pensamiento
hallé una idea,
la alimenté de ilusiones y esperanzas,
la alojé en mi corazón herido,
me ayudó a encontrarle sentido a la vida.
Jamás voy a olvidarla.
Viví por ella.
Soñé por ella.
Una vez fortalecida
la hice poner de pie y caminar.
Le pedí que llegara lejos,
más lejos de lo que yo podía llegar.
Le pedí que uniera lazos,
salvara vidas,
y caminó,
vivió sin mi ayuda,
se alejó completamente de mí,
voló sin mi ayuda,
creció y se expandió.
Una tarde de abril yo dejé de respirar,
pero ella voló más alto, sobre los cielos,
buscándome sin poderme encontrar...

jueves, 5 de junio de 2008

Un lugar en el mundo.



Es bueno esto de saltar la cerca y encontrarme con Lucía,_ pensaba el gato Manuel relamiéndose los bigotes todavía con gotitas de leche._ Nunca tuve que andar mucho para encontrar amor...
¡La madre de Lucía sí que era hermosa! Me acuerdo que me venía a buscar ella. Fue mi primera gata. Ella sabía que yo tenía miedo pero supo insistir. Fueron años deliciosos. Pero ahora Lucía...¡qué excitante es!, ¡y qué tierna!...
El gato Manuel había sabido ganarse su lugar en la casa. Fue un vagabundo desde que se escapó de esos niños horribles que jugaban al doctor y lo pinchaban. Supo de baldíos, tejados y noches heladas. De hambre y tachos de basura, de perseguir ratones y gorriones y de perros que lo perseguían a él. De escobazos y pedradas.
Ya no era gracioso y la miseria lo ponía cada vez menos atractivo. Hasta que esa misma miseria le hizo darse cuenta de que aquel profesor necesitaba de una compañía. Y se propuso seducirlo hasta que lo consiguió.
Se pusieron de acuerdo. Era vivir y dejar vivir.
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La gata Lucía era una buena madre. Se sentía satisfecha mientras miraba a sus cinco hijitos jugando y revolcándose en el pasto recién cortado. Eran todos hermosos. Había tres parecidos a ella, peludos y esponjosos, y dos atigrados, de pelo corto y brillante como el padre.
El sol entibiaba su cuerpo macizo y la llenaba de placidez hasta adormecerla. De vez en cuando abría a medias sus ojos como para seguir la vigilancia.
En la casa donde vivían no les faltaba nada. Era una familia civilizada en la que tenían su espacio y podían desarrollarse a su antojo. Hasta los chicos se cuidaban de alzar a sus pequeños. Esto no era común, porque ella sabía que para la mayoría de los niños los bebés de su especie son como juguetes que manipulan a su antojo.
Se sentían queridos y no manoseados.
Ser gatos respetados es el mayor bien en esta tierra. No podía pedir más.

Amanda Vistuer