miércoles, 2 de febrero de 2011

La Isla de los Gorriones Felices


La Isla de los Gorriones Felices.

El viejo paraíso del patio de la escuela albergaba a cientos de gorriones.
Juancho y Pancho eran iguales a todos los demás. Tan vulgares como cualquier gorrión que salta en la vereda cuando no pasa nadie.
Esa tarde nuestros amigos bajaron a picotear las migas de galletitas que habían dejado los chicos sobre las baldosas del patio.
No paraban de hablar entre miga y miga:
_ Estoy cansado de ser igual que todos_ decía Juancho.
_ Yo estoy aburrido de que me confundan con cualquier gorrión_ agregaba Pancho.
Era la ventillonésima vez que lo decían. A veces cambiaban eso de “cansado” y “aburrido” por “harto”, “patilludo”, “podrido”, “hasta acá”_ y se tocaban la plumita más alta de la cabeza_, “hasta la coronilla”...
No pasaron muchos días y se decidieron:
Esa tarde de domingo, sin chicos y sin migas, prepararon su viaje a la Isla de los Gorriones Felices.
Dina, la golondrina, les había asegurado que allí nadie se aburría ni se ponía patilludo.
Al otro día, bien tempranito, partieron junto con el “Eugenio Cé”.
Preferían ir volando, pero como el viaje era muy largo, bajaban a descansar y a picotear a la cubierta del barco, mucho más grande que el patio de la escuela.
Cuando nadie los veía, hasta se bañaban en la pileta y tomaban sol en el trampolín.
Esa madrugada el barco empezó a pitar a más no poder cuando divisó la Isla, aunque siguió navegando sin pararse. Tenía que llegar a horario a las Islas Canarias.
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Nunca habían visto tantos colores juntos. Ni en todos los dibujos que ponían los chicos en las ventanas del aula. Colores en las piedras, en los árboles, en las ramas, en las tortugas, y... colores que volaban.
No eran ni más ni menos que los gorriones de la Isla.
Rojos, amarillos, violetas, naranjas, azules... Un montón de ellos bajaron a la playa a recibirlos:
_ Bienvenidos a la Isla, amigos. No se queden ahí, pasen, pasen... _ decían amablemente.
Juancho y Pancho eran los únicos pardos en ese lugar.
Las gorrioncitas los miraban con admiración.
_ ¡Qué bellos que son! _ les decían descaradamente.
_ No se parecen a nadie._ comentaban maravillados los verdes, azules, naranjas, amarillos...
_ Vengan a nuestro árbol._
_ Coman todas estas migas._
_ Vuelen con nosotros._
_ Báñense en nuestro arroyo._
_ Muéstrense, agiten las plumas, giren, bailen, salten, planeen, muevan la colita, picoteen, chillen...! _
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Un mes, dos meses, y... Juancho y Pancho volvieron a estar hartos, aburridos, patilludos, hasta la coronilla, pero ahora, por ser los únicos distintos en la Isla.
Hasta que un día, cuando escucharon pitar al “Eugenio Cé”, agitaron sus plumas, movieron la colita por última vez y se despidieron de los gorriones naranjas, verdes, azules. amarillos...
_ ¡No los olvidaremos! _ gritaron desde la baranda de cubierta.
Después de un montón de días, nuestros amiguitos estaban en el viejo paraíso del patio de la escuela.
Volvieron a confundirse con los demás gorriones del árbol y de toda la ciudad, pero... ¿Pueden creerlo?... A Juancho le salió un plumón naranja debajo del ala izquierda. Y a Pancho, una plumita violeta en la cola.


Amanda Vistuer
1984

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