sábado, 8 de enero de 2011

Woody Allen

Woody Allen hubiera querido ser Bergman, lo que prueba su buen gusto en materia de cine. Como era previsible, no lo consiguió: cuando uno se pone metas demasiado altas debe estar listo para trabajar mucho y fracasar todavía más. Por suerte, el humor lo salvó y, junto con él, a los honestos cinéfilos, que no se merecían una mala réplica. Y si bien en la inclinación por plantearse grandes cuestiones existenciales Woody se iguala con el sueco, se diferencia de él en materia de gracia. Cuando ríe, Bergman puede ser directo y fresco (recordar, por ejemplo, Sonrisas de una noche de verano ). El humor de Allen tiene su propio sello. No es el séptimo sello bergmaniano, sino el sello de la Séptima Avenida, de los teatros, los cafés y las librerías de Manhattan. Es un humor filoso, intelectual, autoincriminatorio, que se articula con un talento poco usual para el vodevil y con un sentido del ridículo que apunta siempre como primer objetivo contra la figura del mismo comediante. A los 75 años, Woody expresa como nadie el brillo y los traumas de una ciudad que nunca fue tan Nueva York como en sus películas.

Por Hugo Caligaris

Viernes 7 de enero de 2011
adn Cultura
lanacion.com

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